Itálica fue punto de referencia obligado en la conquista romana de Iberia y por ende, del Mediterráneo Occidental. El haber sido el primer asentamiento de cives romani de Hispania le dio ese punto de calidad que la distinguió de las demás ciudades. Así, se comprende el interés de los italicenses por mantener viva la memoria de un pasado que en su opinión beneficiaba a la ciudad. Buen ejemplo de ello pudo ser el lujo con la que los emperadores oriundos, Trajano y Adriano, la embellecieron.
El desarrollo urbano de Itálica siguió el camino emprendido por otros asentamientos romanos, sin embargo, pasó pronto a ser el foco de la cultura del Imperio Romano durante el siglo I d.C. y principios del II d.C en el Bajo Guadalquivir. Durante decenios, los italicenses esgrimieron su vieja reivindicación de ser el núcleo tradicional del poder de Roma en la Península frente al poder económico o administrativo que pudieron presentar otras ciudades, especialmente Hispalis. Sin embargo, esa falta de estructura fue la causa de su caída tras el reinado de sus más fuertes valedores, Trajano y Adriano.